La figura de Leandro Alem, fue ciertamente opacada por la de Hipólito Yrigoyen, y esto modificó sustancialmente el derrotero que tendría luego el partido fundado por él.
Hoy, la UCR, solo refiere a su figura casi como como una postal histórica, en cuanto al proceso que dividió a la iniciativa inicial de la Unión Cívica, y la necesidad de quebrarla cuando subrepticiamente se sumara Roca a ella.
La palabra radical que Alem instaló para que los fundamentos de la Unión Cívica no fueran desvirtuados por un contertulio “acuerdista”, refiere a su vocación por un cambio real en la política argentina, que si bien tenía un desarrollo económico cabal, que hoy envidiamos, también propiciaba manejos y episodios de corrupción -muy menores a los que debería padecer el país décadas después-, pero que eran considerados inadmisibles para la época.
Alem, que era un liberal nato, quería reformar a la clase política que estaba corrompida, y que amenazaba la salud de la nación. Él llamaba a ese contubernio, “el régimen”, un concepto que se asocia claramente con la noción de “casta” que suele utilizar el presidente Milei.
Era la lucha de Alem, “la causa contra el régimen”. La palabra “radical”, hoy tan devaluada, hacía referencia a esa intransigencia frente a los acuerdos espurios de la política. Esos “consensos” que se hacían entre los dirigentes, tendían al reparto de cargos y birlar el orden jurídico para beneficios económicos impúdicos del régimen político.
Ese fue el sentido de “la revolución del parque”, un acto sedicioso contra el régimen corrupto que había convertido a la política en un vicio, perdiendo toda virtud. Era un rechazo visceral por todas las prácticas políticas, y una regeneración de valores y principios que habían sido esbozados en la gesta revolucionaria de mayo.
Pese al fracaso de este evento militar, el presidente Juárez Celman debió renunciar, y la llegada de Carlos Pellegrini achicó la gran influencia de Roca en el gobierno. Para Alem, solo cabía atacar, en todas las formas, al régimen; y por eso se sucedieron episodios militares en los años siguientes, que no pudieron doblegar por completo las huestes de los gobiernos conservadores.
El radicalismo se abstendría de participar en la política orquestando intentonas recurrentes que no alcanzaban los objetivos de cambio. Fue, en ese panorama indeterminado, en el que comenzó a crecer la figura de Yrigoyen, que tenía otras ideas. Para él, alcanzar el poder a cualquier costo, como objetivo señero y excluyente, difería de la necesidad de transformar la política que pregonaba Leandro Alem.
Es evidente que Yrigoyen traicionó el ideario de Alem, aspecto que afectó mucho a este, puesto que se trataba de su propio sobrino al que había encumbrado. Resulta claro que, “la montaña” que lo aplastaba, según refiere Alem en el testamento que dejó previendo su suicidio en el Club del Progreso, refería a este enemigo interno que era su propio sobrino.
El Partido Radical, la UCR tradicional, ha intentado minimizar este conflicto, desmintiéndolo en muchos casos, o disminuyendo su importancia. Era necesario para su ampliación y construcción, que el fundador no apareciera en una posición diametralmente distinta a quien terminó siendo su mayor líder y primer presidente.
Sin embargo, las diferencias eran absolutas. Alem, ferviente admirador de Thomas Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos y posiblemente la mejor pluma de su Constitución, creía en un estado pequeño que no pusiera en riesgo las libertades individuales y no favoreciera la entronización de una tiranía. Una de las frases más señeras de Jefferson, a la cual Alem adhería con toda convicción, era: “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”.
Alem jamás hubiera pactado con el régimen a efectos de que se crearan las condiciones electorales para llegar al poder. Su meta no era el poder en sí mismo, sino la regeneración de las instituciones políticas. Su lucha se basaba en terminar con el régimen, no pactar con él, como si era proclive Yrigoyen y terminó haciéndolo. La famosa frase “que se quiebre y no se doble”, hacía referencia a este aspecto enunciado.
Alem se opuso a la cesión de los territorios de la Provincia de Buenos Aires para la creación de la Capital Federal, hoy CABA. Esta iniciativa de Roca, buscaba terminar con los conflictos internos que habían generado sucesivas guerras civiles, incluso con la separación de la provincia de la Confederación Argentina. Para eso concibió cortar la cabeza y el puerto de Buenos Aires, y compensar a la provincia con una nueva capital costeada por la nación: La Plata. Es impresionante la visión que desarrolló Alem, prediciendo todos los conflictos que se sucederían por esta mutilación, que anticiparon las graves consecuencias que tendría la generación del interior bonaerense y el conurbano, que se extiende hasta nuestros días.
El personalismo de Yrigoyen que desenmascara los verdaderos objetivos de este líder, lo convirtieron en el primer populista, cuya influencia y errores, provocarían el quiebre del orden democrático de 1930. Ahí el régimen resurgiría con su peor cara.
La diferencia de escenarios entre fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte, y hoy, tienen que ver con la potencialidad económica, y la fortaleza que Argentina constituía frente al pálido panorama oscuro y decadente actual. Sin embargo, los regímenes políticos, en cuanto a manejos y conscupiscencias, tenían mucho en común. Y no es difícil asociar los propósitos de cambio y regeneración política que auspiciaba Alem, a los que hoy sustenta el presidente Milei.
Ya hemos señalado que la causa contra el régimen es la lucha contra la casta política. Y que los consensos y “acuerdismos”, que hoy la política le exige al presidente, hubieran sido repulsivos para Alem.
El radicalismo tiene que ver con desdeñar a todos los políticos que son casta y régimen; y no hay que minimizar la derrota del ideario de Alem respecto al de Yrigoyen. El personalismo que se tornó en populismo, generó las condiciones para el quiebre de las instituciones. La Corte Suprema de entonces, convalidó el golpe de estado de 1930, basado en los vicios del yrigoyenismo.
Aunque Perón haya participado activamente de ese golpe, su admiración por el régimen fascista de Benito Mussolini, lo devolverían al esquema de Yrigoyen, pero con unos ribetes ciertamente más ponzoñosos, autoritarios y destructivos.
Ese fracaso en la renovación institucional del país que pregonaba Alem, permitió la devaluación de sus instituciones y el ascenso del partido militar, que terminaron con la república. Ese devenir nos costó perder nuestra condición de potencia y todo vestigio de protagonismo a nivel geopolítico. Cien años perdidos que nos depositaron en el actual lodazal decadente.
Hoy se plantea la misma encrucijada: si la renovación política no logra ser operada, si la casta y su régimen se imponen al cambio, el resultado será la repetición del proceso degenerativo del siglo veinte y la consecución de un estado fallido que, al no contar con el posicionamiento y esplendor de comienzos del siglo veinte sino exactamente lo contrario, nos llevaría a un destino de ribetes africanos.
Las ideas de la libertad eran el ideario de Alem, un liberal convencido que quiso hacer de la Argentina, los Estados Unidos del Sur. Tras su suicidio, la UCR, solo con la intermitencia de la excelente presidencia de Marcelo T. de Alvear, claramente más encolumnado con las ideas de Alem que con las de Yrigoyen, se volcó a ese ideario populista que en las décadas recientes se tiño con la ideología del tercer movimiento histórico, una mezcla exuberante de personalismo yrigoyenista y el régimen autocrático social peronista, que literalmente destruyó este país.
Queremos recuperar la antorcha de ese radicalismo que no pactaba con los corruptos, que no se asociaba a la casta, que era intransigente ante cualquier idea de consensuar con los infectos, los gerentes de la dádiva, los que creen que la negociación espuria es la condición de la política. Alem representaba la libertad política y económica que nos faltó en la mayoría del siglo veinte y nos sumergió en la decadencia.
Esta vez, el líder, el que desea al cambio, el que quiere la transformación y las ideas que pueden transformar a nuestro país, llegó a la presidencia, al centro de las decisiones; y tiene las herramientas necesarias para enfrentar al régimen viciado y corrupto que no nos permite salir de este esquema decadente, como se demostró en su oposición a la ley de bases.
Hoy, la lección de este verdadero prócer que es Alem, nos indica con toda fuerza que la casta se la combate sin restricciones, sin miramientos, sin contemplaciones; porque es la única manera que se podrá generar un nuevo renacimiento argentino, que deje atrás y para siempre, el modelo empobrecedor, multiplicador de pobres, africano, a la que el régimen de la casta nos llevó.
Por eso nos sumamos con entusiasmo al Pacto de Mayo, que es la refundación de la Argentina con los mismos valores de los revolucionarios de 1810, y la osadía de Moreno y Castelli, la fuerza del cambio que nos llevó a independizarnos de España.
Es el momento del saneamiento moral de la Argentina. Es el momento de volver a crecer. La Argentina del siglo 21 se construye con osadía, intransigencia en los valores, y un fuerte convencimiento en las ideas de la Libertad.
Volvamos a ser radicales, y dejemos la Unión Cívica.





