Los alcances de la batalla cultural y la preservación de nuestras libertades individuales que dependen de ello

Hace ya un largo tiempo que venimos escuchando el concepto de batalla cultural, casi como consigna política, sin que internalicemos lo que hay en juego en ella, y por qué se le da tanta importancia en las esferas del gobierno nacional.

Aunque pueda parecer exagerado, del resultado de esta batalla, con rango cultural, depende la preservación de nuestras libertades individuales, nada menos.

A lo largo de poco más de veinte años, hemos tenido circunstancias extraordinarias, cisnes negros como se los suele llamar, que han creado un nivel de urgencia que justificó virtualmente la adopción de regímenes de excepción a nivel global.

En el año 2001, el ataque contra las torres gemelas, impulsó, además de las guerras de medio oriente que pretendían terminar con las supuestas armas de destrucción masiva -que luego se comprobó que era una información falsa-, la justificación del conflicto con Irak en la llamada segunda guerra del golfo, decisiones de otro orden mucho más perniciosas. Toda guerra es algo nocivo, pero el verdadero mal no estaba en el frente de batalla, sino en los Estados Unidos, donde se dictó la ley apodada “patriota”.

La USA PATRIOT, tal su terminología en inglés, fue aprobada el 26 de octubre de 2001, apenas un mes y medio después del suceso de las torres gemelas. Su objetivo era ampliar la capacidad de control del estado para enfrentar al terrorismo, ampliando en forma masiva y casi sin límites, el poder de vigilancia de las agencias de seguridad estadounidenses.

En la práctica se convirtió en un estado de excepción, como lo llamaría Agamben, cuyas disposiciones ponían en entredicho el propio estado de derecho y se amenazaba a las libertades públicas como nunca en la historia de los Estados Unidos. 

Empoderadas las agencias de seguridad, estas podían realizar seguimiento y vigilancia de los individuos, si los mismos eran sospechosos de integrar organizaciones terroristas, aunque con un criterio laxo que, en la práctica, podía aplicarse virtualmente a cualquier persona. 

A partir de la implementación de la ley patriota, las agencias de seguridad pudieron tener acceso ilimitado a los registros personales de cualquier individuo y organizaciones, sin necesidad de una orden judicial. De la noche a la mañana se generó un estado policial que no requería de la intervención de la justicia para avanzar sobre los ciudadanos, los cuales, en la práctica, perdían sus derechos constitucionales o al menos los mismos no tenían vigencia plena.

A su vez, la ley patriota facilitaba la deportación de individuos extranjeros, pero no como ocurre hoy debido a que estos ingresaran ilegalmente al país, sino cualquier extranjero que tuviera su visa o papeles en orden. 

Nunca en la historia de los Estados Unidos, en ninguna de las dos guerras mundiales, se habían establecido restricciones semejantes a las libertades civiles y los derechos humanos tanto a los extranjeros como a los propios ciudadanos estadounidenses. El excesivo poder concedido a las agencias de seguridad, terminó siendo en la práctica, una grave amenaza a los derechos individuales.

La pandemia del COVID, aunque no enfocado en las agencias de seguridad, restringió las libertades individuales aún más que lo señalado por la ley patriota pensada por la amenaza terrorista. Ya no se trataba que los ciudadanos pudieran ser inculpados por presumiblemente integrar organizaciones terroristas, restringiéndoles sus derechos al ser investigadas sus actividades, sino que ahora sus acciones estaban limitadas ya no a una cantidad de sospechosos, sino al conjunto de la sociedad.

Mientras la lucha contra el terrorismo abarcó a las naciones centrales, las medidas del COVID fueron completamente globales. Fue tan contundente las restricciones que sufrieron la totalidad de las personas, que la demanda de libertad y terminar con el encierro de la restrictiva cuarentena, significó una demanda que tuvo amplias repercusiones políticas, afectando a los oficialismos de la mayoría de las naciones.

Sin embargo, en forma silenciosa, cinco años antes de la pandemia, había comenzado un movimiento que, al igual que en el caso de la ley patriota a partir del flagelo del terrorismo y la importancia de enfrentar al COVID, fijó una agenda en la que supuestamente se buscaba la igualdad de género, de las minorías sexuales, una mayor concientización del problema climático y, especialmente en los Estados Unidos, la teoría crítica de la raza, y un sentido más laxo para la llegada de extranjeros, para evitar cualquier idea de xenofobia.

Pero como en todo, muchas veces detrás de amigables ideales, se esconden otras intenciones que suelen estar soslayadas, hasta que es demasiado tarde.

El apoyo al feminismo radical, auspiciado por los medios de desinformación masiva, las grandes cadenas de Hollywood que con series y películas instalaron por adoctrinamiento la agenda feminista y del lobby LGTBQ+ y el impulso mediático, provocaron un ataque sistemático contra la noción de familia, el hombre blanco heterosexual, haciendo apología del aborto e instalando la ideología de género que, en sus versiones extremas, suaviza prácticas denigrantes como la pedofilia.

Toda esta agenda que empezó a impulsar las Naciones Unidas, denominada Agenda 2030, y que ahora se ha redefinido como objetivo para el año 2045, intenta desmontar y terminar con los cánones sociales, a los efectos de crear un nuevo orden social.

La consecuencia directa de esta escalada es la proliferación de falsas denuncias en materia de abuso sexual, como demuestra por estos días el caso el caso de Pablo Ghisoni, quien estuvo encarcelado durante tres años porque su ex esposa ejerció una manipulación enorme en sus hijos para que estos denunciaran por abuso sexual a su propio padre, caso testigo que representa a miles de características similares, dejando en evidencia el encarcelamiento de cientos de miles de inocentes, merced a la llamada perspectiva de género que establece que todo testimonio de una mujer es prueba y alcanza para condenar a quien ella acuse, lo cual destruyó la igualdad ante la ley, aboliendo los derechos individuales de los hombres, que de enfrentar una denuncia por abuso, han perdido el principio de presunción de inocencia, quedando desarticulado el debido proceso, ya que el acusado es condenado desde el primer momento de la denuncia, y en vez de que ser tratado como inocente hasta que se demuestre lo contrario, se invierte la carga de la prueba para que sea él quien demuestre su inocencia.

Esta ingeniería social busca el conflicto social, y de alguna forma suplanta aquello de la lucha de clases por la guerra de sexos, que en ambos casos es la herramienta para perpetuar el conflicto social, debilitar a las sociedades, y facilitar el control social.

Aunque las mujeres aparentemente hayan sido favorecidas con leyes verdaderamente supremacistas que convierten a los hombres en ilotas, cuando no en sirvientes de la gleba de un orden feudal en el cual las mujeres tendrían -al manos en las causas de abuso- facultades nobiliarias, el objetivo no es favorecerlas sino, por el contrario, transicionar a una sociedad en los que los principios básicos de la justicia estén trastocados, y que gradualmente ambos géneros pierdan sus derechos individuales en favor de poderes sin rostro que afianzan la globalización y buscan la destrucción de los estados, a partir de conflictos internos.

Cada vez que en la historia de la humanidad se quiso imponer un régimen hegemónico, se atacó la sexualidad, como en el comienzo de la edad media con el ascenso del cristianismo. Se equiparó al placer con el pecado, y se reprimió la libido asociando la natural inclinación por la vida sexual con las acechanzas del demonio.

Ya en el siglo 21, es imposible implementar un plan que pueda reprimir la sexualidad; por eso el camino elegido ha sido orientarla, para desnaturalizarla. Si no se puede controlar o terminar con la sexualidad, se inventan 77 géneros, que además pueden ser fluidos o autopercepciones que terminen con todo criterio biológico, a los fines de alterar la cristalina transparencia del impulso sexual, degradándola con deformaciones que ya no hacen reconocibles la noción de hombre y mujer, y por lo tanto la verdadera atracción que estos géneros siempre impulsaron.

Esta técnica ya fue utilizada en el siglo XII para restringir la sexualidad; fue cuando se creó la heterosexualidad, que constituyó la imposición de la religión al modelo de la antigüedad clásica, en la que predominaba la sexualidad total. Erróneamente se suele decir que en Grecia existía la homosexualidad o la bisexualidad. Esos son conceptos que se relacionan al modelo de la heterosexualidad. En la antigüedad existía la sexualidad total, en la cual cada hombre era hombre, y cada mujer era mujer, y su género no se alteraba ni suponía un problema a la hora de ser desarrollada con alguien del  mismo género. La enorme diferencia con las orientaciones sexuales actuales, es que las personas abandonan su sexo biológico y adoptan otras variantes que se contraponen a su propia naturaleza, cuando en la antigüedad, la práctica de la sexualidad era normal con ambos sexos, pero siempre se preservaba la sexualidad biológica. Para ser más explícitos, nunca una mujer perdía su condición femenina por vincularse sexualmente con otras mujeres, y lo propio ocurría con los hombres que no se amaneraban ni buscaban transformarse en mujeres a la hora de relacionarse sexualmente con otros hombres. Si bien no se puede aseverar que en algunos casos existiera cierto transformismo que hoy asociaríamos con los travestis, no era una práctica aceptada ni se veía con buenos ojos la negación del orden biológico natural. Un hombre no se amaneraba para tener un contacto sexual con otro hombre, ni las mujeres se masculinizaban para tener sexo con otras mujeres.

Desde luego este es un desarrollo muy menor que requeriría un análisis más exhaustivo, mayores detalles y ejemplificaciones. Lo importante es establecer que la sexualidad hoy es orientada, se busca desnaturalizar el sentido biológico del sexo con todo lo que esto implica.

No se trata de impedir que cualquier persona desarrolle el sexo que le venga en gana, aún cuando este pueda representar los 77 géneros, las autopercepciones o cualquier orientación. Lo que estamos diciendo es que estas caracterizaciones no tienen ningún viso de realidad, y que es nocivo darle una categorización a la sexualidad que omita su verdad biológica, como si pudiera haber una construcción social por encima de la realidad de la naturaleza, que no significa que cada ser humano pueda vivir la sexualidad en cualquiera de sus términos en la medida que esté consentido por quienes comparten esa vida o relacionamiento sexual.

También es importante señalar que lo que hoy se conoce como cambio climático, que hasta hace unos años se lo denominaba “calentamiento global”. El concepto es el mismo, que el hombre tendría el poder de alterar el clima, pero como esto fue focalizado en el aumento de la temperatura pero se dieron muchos años en que los inviernos fueron muy crudos, al punto de desmentir este postulado, se creyó más oportuno denominarlo “cambio climático”, que es un concepto más genérico y más adaptable a la realidad de que los inviernos siguen siendo tan fríos como en el pasado, y que el aumento de la temperatura, no necesariamente sea el efecto más inmediato de la acción del hombre, pero aún así este tendría cierto poder de influir en el clima.

En cuanto al problema de la inmigración tan en boga, se ha buscado establecer a la xenofobia como la acción de rechazar las inmigraciones, como ocurre principalmente en Gran Bretaña, aunque también en varios países de la Unión Europea. El problema no son los inmigrantes en sí, sino la cultura o las creencias que estos sostengan. Cuando se abrió la inmigración en la Argentina, especialmente a fines del siglo diecinueve y hasta la década del cincuenta, la mayoría de esta inmigración era de Italia y España, países que tenían culturas y religiones similares a las de Argentina, por lo cual la integración se dio en forma natural.

La inmigración en Europa, es básicamente de personas musulmanas, con culturas y religión no sólo muy diferente a la europea, sino verdaderamente opuesta en cuanto a su concepción. Esto ha provocado que, en determinados municipios de Londres, por citar un ejemplo, se hayan constituido verdaderos guetos que están completamente desintegrados o aislados de la población anglosajona. No se trata de islamofobia, como lo marca la agenda global, es un paso para la desfiguración de los estados, los estados nación, que es lo que el modelo globalista intenta desbaratar para crear una autoridad supranacional.

Si analizamos con mayor sutileza todos los postulados de la agenda 2030/45, todo apunta a desbaratar el orden social y el normal funcionamiento de los estados nación, generando conflictos artificiales que afectan la unidad de los estados en favor de las organizaciones transnacionales. Pero, sobre todo, y esto es lo más peligroso, la consolidación de un modelo corporativo feudal, que requiere una población que cuente cada vez con menores derechos y capacidad económica, para ser subyugada. 

Nos encontramos en un momento crucial para la humanidad, en el cual el amplio desarrollo tecnológico, permite una capacidad para la vigilancia inédita en la historia humana. Nunca han existido tantas herramientas para crear un sistema de control orwelliano que puede terminar con nuestras libertades individuales en favor de una suerte de dictadura tecnocrática de amplios alcances.

El modelo, sin dudas, es China, estado globalista por excelencia.

Para el modelo corporativo feudal, lo único que se opone es la libertad de los pueblos.

Entendamos que la proliferación del terrorismo, la pandemia del COVID, y la agenda de género, son solo ensayos, una advertencia respecto al nuevo estatus que se le quiere imponer a las sociedades cuando se habla de nueva normalidad, de hombres deconstruidos o mujeres empoderadas. Hay que mirar detrás del espejo, más allá de las formulaciones capciosas que van creando conflictos ficticios a los efectos de deteriorar el tejido social, en una nueva forma de colectivismo en la cual los agentes de seguridad terminarán siendo los propios ciudadanos, unos vigilando a los otros, en nombre de preservar un orden mundial que puede homogenizar la vida de los seres humanos hasta transformar nuestras sociedades en verdaderas colmenas.

Y no olvidemos que la siguiente escala en la evolución humana es el transhumanismo, con todo lo que esto implica en cuanto a la preservación de la naturaleza humana, y la pervivencia de sus libertades.

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