Nombre de la administración de John F. Kennedy.
El concepto que el presidente estadounidense desarrollaba, era retomar la epopeya de tantos colonos, ciudadanos norteamericanos, que en el siglo diecinueve viajaban al oeste para poblar grandes extensiones de tierra, eso que se denominó “el lejano oeste”.
Kennedy, al comienzo de la era espacial, visualizaba el espacio como una nueva frontera, como la frontera que había que conquistar, prometiendo poner un ser humano en la Luna antes que terminara la década del sesenta.
¿Por qué este concepto es actual y podríamos adoptarlo?
Porque el espacio sigue siendo el futuro. Pero en la Tierra, en lo cotidiano, vivimos una revolución tecnológica que es, en sí, una nueva frontera: la frontera de lo virtual y de la IA (Inteligencia Artificial).
Este concepto condenso lo “nuevo”, junto a la idea original de superar límites, de ir más allá de lo conocido y lo convencional, para entrar en una nueva era, una nueva frontera que implica adentrarse en el siglo 21, un tiempo de profundos cambios, profundización de la tecnología, y las implicancias del transhumanismo.
Nueva frontera es un desafío más que una promesa, es convocar a pensar y participar más que ofrecer conceptos cerrados. Esta concepción, Kennedy lo expresaba de esta forma:
SI NO SOMOS NOSOTROS, ¿Quién?
SI NO ES AHORA, ¿Cuándo?
Ir más allá de la política. Ir más allá del régimen y abolirlo (la Casta).
La frontera es el límite. La nueva política no puede aceptar límites; por el contrario, debe sobrepasarlos, crear nuevas fronteras, nuevos desafíos, nuevas fórmulas para el desarrollo sostenido y el progreso ilimitado.
En más de un sentido, esta noción plantea la necesidad de un idealismo sin ilusión: mantener siempre los principios, pero con el pragmatismo requerido para que los proyectos, las ideas, se plasmen, no queden como una quimera.
Este siempre ha sido el problema: acción sin ideas e ideas sin acción. Los grandes hacedores pueden desarrollar a un tiempo una usina de ideas que luego con acción y osadía permitan su cristalización.
Vivimos en una aceleración que solo admite flexibilidad, comprender el presente antes que sostener ideas rígidas. Y los desafíos, por ello mismo, serán cada día más complejos.
Tenemos una ingeniería institucional creada hace casi tres siglos, cuando el mundo era completamente distinto. La división de poderes, cara a la visión republicana, fue la respuesta que los teóricos encontraron para desplazar a la monarquía y sus conceptos dogmáticos y supremacistas. Tres poderes que pudieran balancearse y evitar todo absolutismo, tiranía o dictadura, más asociado a las monarquías. Sin embargo, el estado, ha perdido poder de gestión y la capacidad de anticuerpos para sobrellevar la influencia de las organizaciones trasnacionales, las corporaciones y los sectores de poder económico.
Para todos es muy claro que la dinámica de los congresos no se condice con la velocidad que requiere la gestión, y que el debate parlamentario ha sido inútil desde que se empezaron a concebir los partidos políticos, que se alinean en posiciones muy marcadas y de interés, y no permiten que el desarrollo del debate, el convencimiento que estos argumentos pudieran generar, decida finalmente lo que se vota. No se dialoga ni se parlamenta, se sostienen posiciones en la mayoría de los casos inamovibles.
El poder ejecutivo al ser unipersonal, también concentra muchas veces el centro de la escena, y claramente destaca por sobre los otros dos. La pregunta es si esta división de poderes, concebida para evitar las concepciones de poder monárquico y la concentración misma de todas las funciones del estado en una sola mano, puede tener la pericia para regular el influjo de la globalización y de las concentraciones corporativas trasnacionales.
Independientemente del desarrollo propio de la política, que en el caso de nuestro país realmente ha carecido de instituciones fuertes y eficaces, la falta de calidad institucional, más allá de los desmanes políticos, pudiera tener más que ver con la caducidad de la propia ingeniería institucional vigente.
Empezar a contemplar estos aspectos, nos dará una dimensión nueva para comprender nuestros problemas y a la vez nos permitirá analizar si realmente el modelo representativo corresponde a una verdadera democracia, a que todos los ciudadanos gocen de libertades individuales, y estas no sean vulneradas por los regímenes de excepción que nacen por temas como el terrorismo, las pandemias o las demandas de derechos de minorías.
Siempre teniendo como horizonte las libertades individuales y su reaseguro, es menester empezar a revisar el sistema en su conjunto, como primer paso para rever nuestra educación, como enfocamos la salud, y cómo se pueden generar y preservar las sociedades abiertas, moldeadas por sus ciudadanos y no por agendas de poderes sin rostro.





