Todos hemos escuchado, tras la caída del muro de Berlín, y especialmente a partir del desplome de la Unión Soviética, que se iniciaba una nueva era tras el fin de la guerra fría, y comenzaba a entronizarse una suerte de orden mundial que administraría el mundo que empezaba a ser global.
Todo ello devino en un orden corporativo, en el cual se produjo el desdibujo de los estado-nación y comenzaron a protagonizar los organismos transnacionales, que buscaron regular la vida de miles de millones de seres humanos que nunca los habían votado.
Esta injerencia llegó a su clímax con el establecimiento de la agenda 2030 de las Naciones Unidas, un conjunto de “buenas intenciones” que escondían una suerte de reinicio del poder global, para estructurar a las sociedades en cuestiones que iban desde el uso de las energías hasta la configuración de la vida sexual de los ciudadanos bajo extrañas premisas.
A partir del año 2005, y mucho más acelerado en 2015, esta agenda globalista fue impuesta al conjunto de las naciones a partir del terrorismo mediático, que empezó a colonizar la comunicación. En ese marco, se auspició al feminismo radical, las demandas de minorías -la LGTB+ principalmente-, y una serie de peticiones que variaban según la región y los países.
Todos los medios empezaron a hablar del cambio climático, de los problemas de la inmigración y del racismo, principalmente en los Estados Unidos. A este conjunto de ideas y reivindicaciones se lo terminó englobando en el concepto de la “cultura” woke.
De la colonización mediática se pasó a la colonización política; y fue así como los propios estados empezaron a desarrollar esta agenda que nada tenía que ver con la realidad y las necesidades de los países individuales, sino con una campaña global que parecía querer imponer una nueva cultura a todo occidente, incluso en la educación a través de la ideología de género, y doctrinas sin ningún sustento científico y contrarios a la biología.
El pico de esta arremetida, se vio claramente en el año 2020 con la pandemia, donde a estas imposiciones “culturales” se le sumó la pérdida de las garantías constitucionales y la entronización de una dictadura sanitaria que algunos llegaron a llamar infectadura.
En toda la modernidad, ni siquiera en los procesos de guerras mundiales, se habían lesionado tanto las libertades individuales y se había impuesto un modelo de gueto mundial en donde miles de millones de personas terminaron encerradas en sus casas por un plazo exóticamente largo, perdiendo toda oportunidad de tener una vida normal y poder desarrollarse a través de su trabajo.
Todo esto constituyó un AVISO.
La tecnología ofrece muchas oportunidades para la humanidad, igual que la IA, pero como siempre, estos progresos -al igual que la energía nuclear- pueden ser utilizados a favor del desarrollo de la Humanidad o para controlarla.
En clave de todos estos conceptos hay que interpretar la política de aranceles del presidente Donald Trump. De igual manera que en la dictadura mediática del covid, los medios terroristas de desinformación masiva condenan la acción del mandatario norteamericano, y lo acusan de estar provocando un caos en la economía mundial.
La verdad es muy otra, mucho más profunda que el simplismo de aseverar que a través de los aranceles, Trump desarrolla un arma de negociación para alcanzar sus objetivos económicos y geopolíticos en favor de los Estados Unidos. Es que, para entenderlo, debemos comprender que hace décadas el capitalismo ha sido reemplazado por un modelo que se apoderó de sus banderas, pero que en la práctica es lo contrario, un neo marxismo remixado.
A todo esto, se le ha dado el nombre de neoliberalismo, que en verdad nada tiene que ver con las ideas liberales. Cada vez que se escuche este concepto, inmediatamente habrá que trocar el término neoliberalismo por el de globalismo.
Es el globalismo el que gobierna la economía mundial desde fines del siglo pasado hasta el día de hoy. Y es contra esta dictadura económica, que explota a los estados nacionales para beneficiar a las corporaciones económicas transnacionales, contra las que actúa Trump.
Ningún medio de comunicación -más del 90 % pertenecen al globalismo- va a decir que la economía mundial es una dictadura que nada tiene que ver con el libre mercado, y que la razón por la cual la mayoría de los bienes electrónicos -por citar un ejemplo-, requieren de piezas de media docena de países, es para beneficiar a las corporaciones que las producen. Esto es la consecuencia de conectar puntos de producción en todo el mundo, y requerir los servicios de asalariados de cualquier país, que muchas veces se trata de mano de obra esclava. De esta forma, la mayor estructura del poder global -la corporación-, consigue las mejores utilidades tomando ventaja de las asimetrías en las economías de los países de todo el mundo.
Ciertamente la economía de los Estados Unidos ha sido la más perjudicada por el corporativismo globalista. Y nadie puede dudar que la nación más beneficiada de estos intercambios asimétricos ha sido la República Popular China.
Aunque es mucho más profundo desarrollar esta realidad de la economía global, los aranceles que impone Donald Trump, buscan terminar con las asimetrías, y devolver equilibrio a los intercambios restaurando el libre mercado, a fines de restablecer las economías nacionales, cautivas de las maniobras corporativas del globalismo.
Puede que en la transición esto genere distorsiones, afectando los intercambios, y en algún caso generando más inflación y menos inversión -tal vez incluso recesión-. Pero si la experiencia se continúa en el tiempo, Trump no se amedrenta, y termina acordando con cada país en forma libre, nuevos términos de intercambio, esto redundará en el restablecimiento del libre mercado; y una nueva era dorada de crecimiento y creación de riqueza exponencial para todos los estados nación. ¿Quién será el mayor perjudicado? Las corporaciones transnacionales propias del globalismo.
Los medios de comunicación globalistas, con su adoctrinamiento que no es más que un trabajo de operación permanente sobre los ciudadanos, comenzaron a provocar miedo a los ciudadanos de todo el mundo, diciendo que esos aranceles terminarían siendo pagados por los consumidores, y que los productos incrementarían sus precios a más del 30 % generando inflación y recesión.
Este tipo de elaboraciones maliciosas, parten de la premisa equivocada de que el precio es el producto de los costos, cuando en verdad los costos están determinados por los precios. Claramente podemos observar que, pese a estos pronósticos apocalípticos, nada parecido se ha ocurrido que se asemeje a este diagnóstico en los Estados Unidos.
A corto plazo, los Estados Unidos recibirán mayores ingresos, lo que le permitirá reducir el déficit fiscal y no incrementar su deuda, la mayor del mundo, calculada en 36 billones de dólares, cifra que representa el alrededor del 123 % del Producto Bruto Interno (PBI).
Corregidas las variables macroeconómicas, esa prosperidad llegará al conjunto de los estadounidenses, que hace décadas que no ven mejorar su estatus de vida, mientras los conglomerados corporativos transnacionales aumentaron más del 1000 % sus ganancias en igual tiempo.
Lo que el presidente Donald Trump está generando, es una revolución económica, que es la manera de provocar una revolución política. Que se haya expedido tan contrario a la agenda woke, es porque relaciona esa “cultura” que nos han intentado imponer violentamente en los últimos 10 años, con el modelo corporativo del globalismo. Sería extenso describir la relación simétrica de ambas.
En nuestras latitudes, el presidente Milei, que partió de una situación mucho peor que la de Estados Unidos, busca exactamente lo mismo. Al lograr terminar con el déficit fiscal bajando el gasto en 15 puntos del PBI, 5 del estado y 10 del Banco Central, está restituyendo el poder a la nación antes en manos de los banqueros a los que se veía obligado a recurrir, para no estar sometido a los vaivenes de la economía que todavía es global, revaluando al peso, y eliminando toda posibilidad de salto cambiario a partir de la política de bandas. A diferencia de los que muchos señalan, esto jamás se había realizado en la Argentina.
Y es difícil hacerle entender a la mayoría de los interlocutores, a partir de la historia económica de nuestro país, que el beneficio del déficit cero, entre otras cosas, es que ya no hace falta requerir de reservas en moneda extranjera, puesto que ese recurso es para naciones que tienen déficit -y por lo tanto están sometidos a los vaivenes de la economía local e internacional-.
Algunos pretenden señalarle al presidente argentino que Trump es contrario a sus ideas económicas. Esto es no comprender la diferente situación de la que parten ambos países. Ya hemos explicado cuál es el verdadero objetivo de la imposición de aranceles por parte de Trump, golpear la economía globalista que favorece a las corporaciones transnacionales en detrimento de las economías de las naciones; y ahora debemos señalar que la quita de regulaciones y el intento de baja de los aranceles de Milei, va en el mismo sentido, pero desde la perspectiva de las necesidades argentinas.
No es casual que, en la argentina, producto de estas políticas económicas, del pico de pobreza del 57 % registrado en el primer trimestre de 2024 fruto del sinceramiento realizado del desastre de la gestión anterior, esta se haya reducido al 37 %, sacando a 10 millones de argentinos de esa lamentable condición.
En los Estados Unidos existen hoy 38 millones de pobres, lo cual resulta inaudito para la primera potencia mundial económica del mundo, casi el 12 % de su población.
Tanto el enorme endeudamiento como sus números de pobreza, son producto directo de las asimetrías de los términos de intercambio a causa de las reglas impuestas por el globalismo.
Con los nuevos términos de intercambio que generan los aranceles negociados con los demás países, Trump espera reactivar la economía a niveles nunca vistos, bajar la deuda nacional y descender la pobreza a menos del 3 %, como corolario de lo que podría ser su presidencia histórica. Sería la primera vez que se produciría una enorme transferencia de recursos de las estructuras transnacionales, a los ciudadanos de a pie. Tan revolucionario como el propio capitalismo, que con la revolución industrial llevó a una humanidad en donde el 95 % de los ciudadanos eran pobres y sólo el 5 % tenía un buen tren de vida, a invertir la ecuación para que el 95 % fuera próspero, y sólo el 5 % de la población mundial resultara pobre.
Donald Trump está provocando un reinicio de la economía mundial para rescatar al libre mercado, y producir una revolución económica que no solo termine con la pobreza en el mundo, sino que amplíe los recursos de los sectores medios a las posibilidades que se le abrieron en los años cincuenta.
Eso volvería a hacer a América Grande Otra vez (Make American Great Again). Eso es lo que busca el presidente Milei con otro escenario y diferentes políticas, para la Argentina.
Se trata de la batalla final de los patriotas contra el globalismo.
Estamos hablando de la restauración de las soberanías nacionales para fortalecer el concepto de estado-nación en detrimento de la gobernanza mundial a la que aspira el globalismo.
Sólo la verdadera economía de libre mercado, puede garantizar la pervivencia de las libertades individuales.
Por eso detrás de esta confrontación geopolítica, se define la continuidad o no del estatus de libertad en Occidente.





